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Mostrando entradas de junio, 2020

La guerra de los ceros

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Por Javier Fernández Paupy         (Adelanto de  Un agujero lleno de basura , de inminente publicación por  Ediciones del trinche ) El audio del viento Había un pedazo de luz debajo de la puerta. Y una ópera errante que quería entrar. Había, también, un juguete asexuado y una franja nueva de indeterminación que lo imaginaba. Era como una R que bien podría parecer de lejos una A. Después estaban los nombres de las calles de los lugares donde viví. No sé bien qué pasaba con esos nombres. Pero estaban ahí. Sobrevolaban el decorado de mi biografía. Y había, además, en la punta del segundero, un instante que se mantenía intacto en el recuerdo. Era, ese momento único, como la música más tranquila del mundo. Era algo. Una canción que se repetía como en una copia de bajísima calidad. Como todo lo que hice sin darme cuenta. Era una única cosa. Una sola y única cosa. Repetida y repetida. Y así. Era como una forma de la réplica. Yo hubiese querido hablar de mi

10 ejercicios espirituales

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Por Keki González EL TALLER TOTAL hay talleres para no hacer más talleres ¿qué se aprende? el alma ansiosa asks te dará algo que quiero que tengas que no tengo date por perdido, esquiva el resumen y la conclusión esa tiranía que evocan los sociólogos si te preguntas ¿qué haces acá? ya sos libre ANTENA hacíamos una antena con una papa antigua sabiduría le llamaban queríamos ver la tele hoy tenemos la televisión total no saber ni qué mirar ni por qué vendrá el entretenimiento y tendrá tus ojos pero ¿sabes qué? el universo también tiene un algoritmo para ti CANCIÓN  NUEVA uno es un disco con una o   dos canciones buenas tener que buscar la canción nueva LAS CIUDADES CELESTES durante la peregrinación Jesús formó una sociedad de viajes pescadores que dejaban las redes y se sumaban la buena nueva era algo a caminar en Banfield existió el único gitano anti-nómade vivió en una gran casa garaje ahí guardo su alm

Adelanto de Mateo Chincue, novela de próxima aparición

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Por Andrés Cottini                                                                                A la ninfa culeadora de Villa Insuperable la conoció en un bar. En realidad no era un bar. Como de costumbre, los martes por la noche salíamos por Boedo, comprábamos un par de vinos y pateábamos sin rumbo. Usualmente, esas caminatas eran los jueves y terminaban en alguna fiesta donde nadie nos había invitado, pero Mateo había conseguido laburo: sereno en una fábrica de zapatos. Así que siendo martes, la probabilidad de fiesta disminuía considerablemente. Al punto tal que ya ni las buscábamos. En aquel entonces, mi amigo estaba obsesionado con el supuesto diario secreto de Pushkin. Lo leía una y otra vez. Eran comunes sus crónicas jugosas de encuentros ultralibidinosos con un abanico epidérmico y racial admirable. Se jactaba de interactuar con vaginas de distinta procedencia y que todas tenían ese algo. Me instó a oler, a meter la nariz, a morder aquella misteriosa hendija. “