Crónicas napolitanas
Por Gustavo Calandra IV “Esta es la casa mis sueños, al fin he conseguido una stanza silenciosa”, diceva Giancá en una de las conversaciones telefónicas que tuvimos previa a mi llegada. En una ciudad ruidosa como Napoli puede ser un privilegio. A mí quello me daba vuelta en la cabeza ni bien me asomaba a mi largo y estrecho balcón sobre la calle Bulnes, oía el rumor de los primeros afterofficers que ocupaban los bancos en la vereda del kiosquito y ya pedían la primera pinta, sabiendo que no sería la única pinta ni serían los únicos afterofficers que se apersonarían en autos motos taxis, hasta no solo colmar los asientos y la vereda sino también el cordón, improvisando una especie de picnic urbano, residuo tardío, tal vez, de una infancia privada de esas experiencias arrabaleras, rateadas, truqueadas en la lleca, el 25, un rinraje, una niñez de rodillas raspadas. Así anochecía en mi Buenosairesqueridocuandoyotevuelvaver. Aquí es diferente. Di notte este silencio