Crónicas napolitanas


Por Gustavo Calandra


I

 Justo hoy, hace dos semanas que llegamos con Chicha, mi amiga canina, a Roma.
 Parecido clima, llovizna fría y viento, diferente la zona. Dos semanas.
 Termini, babel de 100 mil almas, yendo viniendo allontanarsi dalla linea gialla buscando plataformas, pifiando horarios mientras arrastran estúpidos equipajes treno in arrivo o colisionan con un logi que mira el celular proveniente da Padova.
 Rione Sanità o San Carlo all'Arena, aún no sé bien a qué quartiere pertenezco aquí en Napoli, y una callecita de noche silenciosa que baja laggiú Via Miradois serpenteando adoquinada para desembocar en Via dei Cristallini, una de las dos arterias, junto con Via Arena della Sanità, del corazón del barrio.          
 Atrás quedó Buenos Aires, “la perra que se come a sus cachorros para crecer”, ha dicho Samuel Tesler, filósofo villacrespense.
 Sin rencores o con algunos abordamos el vuelo de la aerolínea local.
 Antes de subir escribí con Nutella en una pared del baño de Ezeiza:
 CHI HA DETTO CHE SONO TORNATO SE ME NE VADO SEMPRE          

II

 Cuando salgo con Chicha de esta casa gigante (y algunos dicen tenebrosa) en la que habito, llego exangüe, y aún me esperan los escaloncitos de la primera de tres escalinatas que embellecen el caminito de adoquín.
 En ocasiones, facciamo la passeggiata en un lugar intermedio, Piazza Miracoli, frente a una iglesia de paredes graffiteadas, Santa Maria dei Miracoli. Punto de encuentro de alcuni bravi ragazzi los días hábiles, la zona se viste de festa dominguera cuando casi todos los vecinos emperifollados asisten a la misa.
 Igual esperemos un poco, recién estamos tomando aire para iniciar el descenso hasta la avenida Via Foria previo cruce del Pórtico López.
 A cierta hora, vaya a saber uno cómo sucede esa ancestral sincronía, las señoras cuelgan la ropa recién lavada en sus tenderos aéreos. Este segundo rocío que huele a lave-rap nos acompaña cincuenta metros. No vale distraerse mirando el celular. La estrechez del camino no es un argumento que convence a los guachos del barrio: las vespas rugen saltan vuelan de caño de escape, piuttosto si vas con una perra.
 Esta última palabra en italiano la estoy aprendiendo a usar, funciona como conector en la oración y de alguna manera acá liga dos lenguas cuyo nudo tal vez conforme el lazo para tender un puente cultural entre dos pueblos.
 Tante parole me deja exangüe.

III

 Nos asomamos al otro mundo ya cuando cruzamos el arco de Supportico Lopez y le metemos un gol al tiempo. Con la sensación que atrás queda uno de los pintorescos barrios cuyo blindaje semipermeable al progreso le permite conservar su gris aura de encanto.
Todavía no alcanzamos la avenida principal de esta zona, insomma la transitaremos infinidad de veces. Attenti al cane.
 Ya verás cómo vamos y venimos por Piazza Cavour aunque la sinuosidad pétrea delle strade fatigue un po. Ni hablar cuando ascendamos al bosque de Capodimonte. Será sera.
 La plaza no es igual de día que de noche. Si dentro del vecindario pulula una pandilla de gatos que arremete contra las bolsas de basura ni bien la signora di fronte baja il primo piatto alle 20, llámese antipasto felino, fuera, la geografía es distinta, no solo por sus superficies rectangulares de hierba y tierra, también por la cantidad de cuevas covachas refugios agujeros hoyos donde millares de ojos de millares de ratas viven en promiscuas familias y una vez nascosto il sole atraviesan su propio pórtico y hociquean bigotudas las luces de la avenida.
 Arriba la luna llena el horizonte.


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