El secreto del fin del mundo
Por Keki González Cuando me llené de odio tuve que callarme. Aunque grité demasiado, pero ya era inútil. ¿De qué servía descargarse? No hice nada. Nunca hice nada. No se puede hacer nada para olvidar. Mi veneno era solo para mí ya que no tenía adeptos al plan inexistente de lucha. Un plan de nada, de tirar toda idea por la borda. Olvidarse de los días en que uno fue feliz, de esos trámites de familia y esas ganas de la elección de la soledad, porque uno pensaba que allí había algo. Pero ahí no hay nada, eso, se los aseguro. Ahora lo sé. Me acuerdo que me vi todas esas películas del fin del mundo. Invasiones marcianas, deshielos, inundaciones con hombres con escamas, un hombre que queda solo con un perrito y zombies. Otro hincha de San Lorenzo que queda solo con su hijo en la carretera y más. En algo me parecía a este último, pero no tenía hijos. Ni perro. No tenía más que un nombre. Eso era peor. Tener una palabra y no saber qué hacer con ella. Ahora entiendo el oficio d