Pueril perejil

Por Ernesto Gallo




Fachas eran los de antes


Angustia menstrual en cuarto creciente. Óvulos sinceros atacan el hipotálamo de la mula plateada. Patadas de Patán y Nodoyuna en ayunas por análisis de ADN. Sin condena ni condón queremos la recesión. Macrista absuelto por falta de mérito pide la renuncia a los internos del Borda. “Colifatos go home” garabatean dos pibes sin calma pero con prisa. Crónica cierra sus puertas a las chicas del Moyano por acoso textual. El discurso va más allá de las palabras y se arman de escobas, plumeros, sopapas y escobillones. Piden la renuncia de la placa roja que tantas víctimas escrachó. Sin condena hay escruche se escuchó decir a una parecida a Cipe Lincovsky mientras el adoquín cedió la puerta del multimedios de García. Una vez adentro las hordas de mujeres en lucha tomaron de rehenes a los camarógrafos y al personal directivo. En menos de 10 minutos habían organizado lo que se llamó “La noche del Moyano Vargas”, quienes se dieron en llamar la Agrupación Vanguardista Antihistamínica Regional Gerenciadora Acética Psicotrópica.

Pueril perejil

Gigante de aminoácidos dispuesto a perder el virgo como patova en la Casa Encantada. Dirigís a la banda de turistas que pasea por el Scalabrini Ortiz sin pisar la casa de Héctor. Caballero fue el día que cedió el único asiento del 210 a ella. Zulema era veterinaria oriunda de Sunchales. Tres chalets de herencia le quedó gracias a Marechal. Leopoldo le echó un coito interruptus pero la píldora la tomó el día después que Perón salió al balcón y dijo: “Si Cicerón fue Herodes yo seré Narizota sin Carozo”.

La pútrida genética

El cuerpo ya no siente. Agazapado como rugbier ve correr el líquido que va por el suero. Viaja de morfina en el subte B. Desquiciado se baja en Constitución. Arrebata una billetera y corre hasta salir a la calle. Paranoico y desorientado respira entrecortado. Se agita, se acuerda de sus 20 años de fumador pasivo. Recuerda las maratones a beneficio del padre Grassi. Evoca las gambetas en la Villa Cassini. Busca su destino en una casa chorizo. Abre la billetera de cuero de víbora, saca varios Evitas, mira la foto de un hombre mayor, bigotes, ojos hundidos color ocre, ceño fruncido y calvo. Piensa que podría ser su padre. A él lo conoció de grande. Aquel no lo reconoció cuando niño. Siente bronca, fastidio e impotencia. Escupe la imagen, lo reputea. Saca una birome y le dibuja una verga en la boca. Se ríe a carcajadas a tal punto que salen a ver, de una de las casas, quién es. Asoma un hombre de 70 años, lo reconoce. Se miran, se devoran con la mirada. El viejo le pide perdón, se arrodilla ante él. El rugbier se saca el sachet con el calmante y se lo mete en la boca al septuagenario hasta ahogarlo. Piensa en la inseguridad que hay en el barrio y se vuelve caminando.

El minotauro portuario

Rendija abotonada al polen de la testosterona. Cicatriz de Sylvapen en la herejía de la cancha rayada del Simulcop. El Supercoop vendía la morcilla del obrero al dios Goyán. Cruzado de nicotina Hugo Mario Melo regentea “La Tribuna”, cuando dan las 12 Rita Lee. Ella coquea la molécula de esperma y la esculpe en un cuadro dadá y es una lady con su Corega que le sienta bien. Vivió de la colonia Lord Cheseline y del caramelo Media Hora. Los parroquianos del puerto apuestan en la Cueva del Tango mientras Calcerano se toma la última línea del Polaco. Rivero se ofende porque el té es La Virginia. Falcón no se quita sus Ray Ban y el bar Bristol paladea la Junta Nacional de Granos. Pornocos eran los de antes que se secaban con un poquito de aceite esmeralda. Verde que te quiero Patti. Smith con Galán se besan en la Lola Mora. Lejos, una constelación, choca y se pulveriza. El cosmos, una vez más, adhiere a la perversión de la nostalgia.

Por la boca muere Motura

Mi Libertad empieza donde termina el hipermercado. Del Tigre no se habló más ni por asomo. La Toma en La Bastilla es como un vermouth en New Tito. Salvaje sarampión me agarré en las bolas después de disputar una alegre sensación de desconcierto con Ciraolo. La cortada Zabala era nuestro cuartel general. ¡Qué jugador! Marcaba los naipes con el muñón de titiritero. Le agradaba manipular muñecos ajenos, era tal la versatilidad que se mutiló la tráquea para que le saliera idéntica la voz de Benito, de la Pandilla del que gobierna. Además de no mover la boca sus movimientos eran rudimentarios por culpa de un ACV mal curado. Éramos la dupla perfecta. Despuntábamos el alba con un sacacorchos con la forma del payaso Plin. Los Tic Tac debajo de la lengua pegaban más que Rocky. Se orinaban cuando nos veían, la incontinencia era tal que era un efecto dominó. Paredes garabateadas con amoníaco. El tiempo record lo tuvo el judío Yotivenco, después de aquella vez lo apodamos 2 KM. Capaz que la epístola circuncidada hacía que la parábola de su riego hiciera una ecuación aritmética difícil de superar. Había envidia en el ámbito de Los Orinapatas. Se la tenían jurada. Incluso uno se convirtió en moishe por el solo hecho de disputarle el ranking. Lástima que quedó en la operación del prepucio. Murió desangrado. Nadie le había dicho que no se tenía que cortar solo.

Espadol en ayunas

Tengo tantos triunfos en mi vida que sufro de narcolepsia. Tengo tantos chancros que puse un matarife. Tengo tantos roles sexuales que soy bífido a la hora de tomar la leche viendo a Margarito Tereré. Tengo poca vida pero me las ingenio para robar almas en los cementerios judíos. Tengo poca paciencia pero para el candado chino soy un as. Tengo mal aliento pero mis caries se encargan del bolo amalgámico para ser aún más bruxista. Tengo tanto amor propio que compré la casa de Rita La Salvaje para seguir visitando el orgasmo que nunca acaba.


Foto: David Gustafsson

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