Un mes


Por Javier Fernández Paupy



Lunes. Alguien educa la mirada. No pasa nada o pasa de todo. Necesité evacuar el vientre y lo hice en el baño de un Mc Donald’s. 

Martes. Melódico y baladí desperté escuchando una canción adentro de la cabeza. Estaba ahí, un poco dormida ella también.

Miércoles. Pedagógicos de fuste, agresivos, pasivos, autofestivos en línea mutante, nostálgicos baratos, económicos espías, perros sucios. Hoy Vicente cumple 8 meses. Pesa 8 kilos y 100 gramos. Mide 68 centímetros. Me duele la mandíbula. Me duele la cabeza. Me duele el oído derecho. Pero soy feliz. Escucho Prince. Hay o había algo enrarecido y muy loco lo pensé, así. Me duele la garganta. 

Sábado. En la carnicería, escuché al carnicero decirle a una señora, haciéndose el simpático, aunque quizás lo fuera: «Así como el carnicero demuestra su habilidad, la cocinera también tiene que mostrar la suya». La habilidad a la que se refería era con los cuchillos. 

Domingo. Me enojo mucho por cosas que no tienen la menor importancia. 

Lunes. Alguien se quedó con mi CD de grandes éxitos de Elvis. Alguien se quedó con mi CD de grandes éxitos de Donovan. Yo sé quién fue la chica que me pidió prestado mi CD de los Who, Live at Leeds, y nunca me lo devolvió. La muy turra. Iría a Pergamino caminando a buscarlo. Pero yo también robé. Robé y mucho y quizás no me arrepienta. Colecciones enteras de CD’s. De música clásica, de los Beatles, de los Beach Boys, de Sergio Denis. A Barbi le robé con descaro un CD de Blues Motel, a Nacho varios CD’s de Miles Davis. Entonces, ¿de qué me quejo? Ensucié mi karma.

Martes. Mi vida no sería nada sin la literatura. 

Miércoles. A las 6 de la tarde, en el subte de la línea H, la persona que ofrecía y vendía chocolates, dijo: «Recuerden que el chocolate no engorda, los que engordan son los que lo comen». Unas horas más tarde, Vicente ya dormía. Eran las 11:30 de la noche y yo estaba escribiendo. Nadia me hablaba sobre un análisis de sangre que teníamos que hacerle a Vicente. Yo le dije que el sábado podríamos ir y hacérselo. Y ella insistía con que teníamos que hacerle ese análisis. Y yo le dije, seco, que íbamos a ir el sábado. Claro, yo quería seguir escribiendo. Sobre todo por las noches, entre las 11 y la 1 de la mañana, cuando los ruidos de la avenida se apagaban y Vicente dormía, yo aprovechaba para escribir. Estaba escribiendo muchas cosas a la vez, entre las que había un proyecto de novela de largo aliento. Tipo novela caleidoscópica, partida en mil pedazos, con retratos, narración, chispazos de todo, novela de iniciación a la música, a las drogas y al tarot.  

Jueves. En la esquina de avenida Gaona y Gavilán hay una iglesia que tiene un cartel colgado en su parte superior. Aparece la figura de Jesús, medio hippie o revolucionario con el pelo largo. Abajo dice: «Vos me necesitás ahora. Vení y seguime».

Miércoles. Terminé el cuaderno espiralado de hojas rayadas que había empezado a escribir el 27 de abril de este año. Como siempre hacía, lo puse debajo del agua de la canilla en la bacha del baño para que las hojas se volvieran una argamasa; después lo hice un bollo y lo tiré a la basura.

Domingo. Anoche se cortó la luz, a la 1 de la madrugada. Se quemó el modem. Yo estaba leyendo a Thomas De Quincey y apuré el momento de irme a dormir. Soñé estupideces. Que iba a la casa de un conocido y no quería quedarme a dormir ahí. ¿Por qué habría de tener que hacerlo? ¿Qué hacía ese idiota en mis sueños? Que iba a un taller mecánico a que arreglaran el auto y se demoraban en hacerlo. Que una estudiante corregía unos exámenes que yo había tomado. Por la mañana, el primer gesto del día, poner un CD de Freddy King. 

Martes. En una pared de Villa Urquiza vi un afiche del Chaqueño Palavecino al lado de un afiche de César Banana Pueyrredón.

Miércoles. ¿Cuál era mi peor versión? ¿Qué es lo que estaba mal conmigo? La letra temblorosa de mamá. En la lista que escribió para que fuera al supermercado, tardé en entender que decía «bifes americanos».

Jueves. La imagen de un colectivo de la línea 181 yendo de Boedo hacia Devoto en el que su conductor escuchaba Génesis desde una radio portátil a las 7 de la mañana. Puede parecer ridícula esta imagen. Y quizás yo esté distorsionando la visión o la escucha y no fuera Génesis ni portátil su radio. Pero yo iba en ese 181 y me bajé al 2000 de Lope de Vega, con ganas de evacuar el vientre y encontré, qué suerte tuve, un baño químico. Era de noche y entré. Me desgracié ahí, en cuclillas, sin apoyar las nalgas en la tabla. Me esperaba un día largo en el que sin darme cuenta cómo ni cuándo, fui feliz. 



Foto: Fabio Crisanti

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